Pocas tradiciones tienen en Madrid más solera que echar la mañana del domingo en el Rastro, y pocas son las visitas a nuestro mercadillo callejero más popular sin tomar una cañita o vermú en los alrededores. La oferta es variada, aunque las barras más disputadas están cerca de la plaza de Cascorro, donde los chulapos de pro se ríen -palillo en boca- de las gastrotabernas y el neopijerío cercano de La Latina. Las mayores risotadas se escuchan en Malacatín –que aunque se cuelgue las medallas por el cocido ofrece también raciones-, pero las carcajadas más auténticas se profieren en Casa Amador-Los Caracoles.
No hace falta ser adivino para saber cuál es la especialidad que sirve Amadeo, pero olvídate aquí de esos caracoles tan finolis que acostumbran a comer en Francia o tan fresquitos en Andalucía. Aquí los caracoles hierven en una inmensa olla a la que aportan su calórico jugo viandas como chorizos de Villarcayo, morcillas de Burgos y zarajos. Una olla en la que Amadeo ahonda el cucharón en busca de alguna tajada de carne para acompañar tanto gasterópodo. Prepara servilletas porque es imposible no pringar dedos y barbillas al capturar los caracoles con los dedos, y más si haces caso al jefe y terminas tu aperitivo bebiéndote la salsa que te quede en el plato.
Y aquí no se pregunta el precio, se paga (7€ media ración, 12€ la ración completa) y punto. Ni te plantees venir y no pedir caracoles –para eso tienes al lado La Latina-, pero si además se te antoja algo más para acompañar tu caña (1,90€) siempre podrás echar mano de los callos, la morcilla, los zarajos o los soldaditos de Pavía. Y si el problema es que la ración de caracoles te supo a poco, recuerda que también los puedes pedir para llevar y arrancar aplausos a familiares o amigos en casa. Como los que sin duda se ganó un asiduo poeta autor de un soneto que cuelga en una de las paredes, cuya loa a los caracoles del local y la pitanza burgalesa bien sirve para rematar una entrada como ésta:
El mágico perol del alquimista
jamás pudo cuajar tan rico jugo,
fusión del Villarcayo y del Jabugo,
como el que barbotea ante mi vista.
También proporción digna de artista
lacón, guindilla y hueso de tarugo
colmatan la piscina en la que el mendrugo
se baña de sabor recio y simplista.
Tal fármaco embalsama al bicho feo
y empapa su espiral, cáscara y forro
de un gusto que produce regodeo.
Las bodas de esta salsa con el chorro
verbal de la agudeza de Amadeo
la fama dan al quince de Cascorro.
Comida: Notable.
Comedor e instalaciones: Bien.
Servicio: Sobresaliente.
Ambiente: Sobresaliente.
Precio medio: 8,90-20€.
Los Caracoles
Plaza de Cascorro, 18, Madrid. (Ver mapa culinario)
Horario de apertura: 11:00-24:00 (todos los días)